lunes, 16 de noviembre de 2015

El discurso fotográfico

Escribe el texto que te sugiera una de estas imágenes.

12 comentarios:

  1. cuando la nieve se posa en la cabeza y el rostro se desfigura con los surcos del campo yermo, la soledad se cuela por la ventana, intransigente, agazapada, crepuscular, como una premonición de la propia muerte que acecha a quien antes era flor de abril

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  2. Ahí estaba la silla llena de cuentos, de poemas a medio escribir, de acordes de guitarra que a veces no llevaban a ninguna canción, la silla donde veía más brillante la luna y cumplía los sueños de mil estrellas fugaces, la silla de las risas, de los lloros, de los mimos y las pequeñas riñas que siempre tenían solución.

    La silla de mi niñez, la silla de mi adolescencia, de mi adultez y de mi vejez. La silla que a veces olvidé, pero a la que siempre terminaba por volver.
    La silla que compartí con todos aquellos que quisieron.

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  3. En la segunda imagen se puede observar a un hombre triste, melancólico y cansado de la vida. Se muestra desaliñado, con una gran barba y pelo cano. Probablemente este cansado de vivir una vida vacía, una vida LLENA DE NADA.

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  4. El paso de los años y nuestros mayores.

    Cuando somos jóvenes, debido a nuestra falta de madurez, siento muchas veces no tenemos en cuenta muchas cosas, entre ellas, una digna de mención y que me resulta bastante interesante es que la gente mayor entre ellos nuestros familiares, nuestros vecinos también han sido jóvenes, vitales y han vivido millones de experiencias! Por eso, ahora cada vez que me encuentro con una persona mayor la imaginación se me dispara, la curiosidad me corroe y trato de imaginármela cuando era joven y llena de vitalidad.

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  5. No sabía a dónde miraba. Tal vez ni siquiera estaba mirando, tan solo mantenía fija la vista, pero en su ser, en su más profundo ser la dibujaba a ella con el poder de los recuerdos. Su barba, ya blanquecina, estaba descuidada. Su frente, el contorno de sus ojos, eran la metáfora del paso de los años. Y su sonrisa, ¿a quién dedicaba esa sonrisa?

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  6. El hombre está cansado de ver tanta guerra y miseria en su pueblo natal, el pueblo en el que vive. Tanta muerte a su alrededor, le lleva a plantearse si algún día los países occidentales harán algo por remediar su situación, pero se resigna con dolor, pues, aunque no está conforme con la actitud de los países ricos, no puede hacer nada más que esperar. Aprecia la vida a pesar de todo y mira hacia delante.

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  7. Imagen del señor barbudo;
    La felicidad no la da el dinero, pero sí que contribuye. Esta frase suele ser pronunciada por las personas que no poseen una voluminosa cuenta bancaria. Y sí, es cierto y sino que se lo digan al Personaje X. Este humilde señor se ha dedicado toda su vida a trabajar duro y es el hombre más feliz del mundo.

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  8. La silla

    La abuela está cansada, después de todo el día trabajando, en casa, pero trabajando, encuentra el momento de acudir a su lugar favorito del mundo y acunarse mientras que lee un buen libro. Le gusta leer. Cualquier cosa. No hace falta que sea una novela extensa, ni recomendada, ni premiada. Ni siquiera hace falta que sea una novela. Le gusta leer. Leer y tomar notas a los lados. Por si alguna vez se le ocurre coger de nuevo ese libro y releerlo puede mirar las notas y notar la diferencia de la edad (cosa que no ocurre por que siempre le gana la intriga por un nuevo libro).

    La abuela está cansada. Y tan guapa... Cómo me gustaría estar con ella, acurrucada, mirando lo que lee, lo que escribe, sus sonrisa. Pero estos barrotes no me dejan ir. Me muevo, estiro los brazos. Nada. Pruebo algo que nunca falla. Lloro, lloro y lloro. Cada vez más fuerte. Y lo consigo. Ahí viene. La abuela. ¡Cómo la quiero!

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  9. El anciano representa la viva imagen de la sabiduría, que tan solo se puede lograr mediante largos años de experiencias y diferentes vivencias. La sabiduría y el paso del tiempo se reflejan a la perfección a través de las arrugas y el pelo blanco del entrañable anciano. Su mirada cansada transmite bondad, armonía y serenidad.

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  10. El anciano representa la viva imagen de la sabiduría, que tan solo se puede lograr mediante largos años de experiencias y diferentes vivencias. La sabiduría y el paso del tiempo se reflejan a la perfección a través de las arrugas y el pelo blanco del entrañable anciano. Su mirada cansada transmite bondad, armonía y serenidad.

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  11. La silla, que muchos años antes había sido compañera, cómplice y testigo de las muchas historias que la abuela, apasionadamente, leída frente a la chimenea, ahora tenía una nueva alma con la que compartir vida: la nieta. Ella, tan parecida a su abuela, había heredado de esta su gran pasión por la lectura. Tan unida a su abuela que había decidido llevar a su nuevo piso del centro de Barcelona aquella mecedora, restaurarla y otorgarle un lugar privilegiado en su nuevo hogar. La vieja mecedora ya no se balanceará sobre un suelo viejo y musical, pero sí seguirá disfrutando de una fiel y nocturna compañía. Ahora, frente a la ventana, acompaña a aquella muchacha que se sentaba en el suelo a escuchar las historias que su anciana abuela le leía mientras bailaba al son de la mecedora. ¡Cómo ha crecido! Y, sin embargo, sigue conservando su inocencia. Quizás es una de las virtudes que lograron enamorar a ese joven apuesto marido que cada vez que la ve leyendo en su mecedora no puede evitar lanzar una sonrisa.

    Esperemos que esa inocencia, anciana entonces y joven ahora, la heredé esa pequeña criatura que está en camino y que, quizás, y ojalá, también se convierta en fiel compañera de la mecedora que, de esa manera, habrá conseguido andar un tramo más en su largo camino hacia la inmortalidad.

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  12. Recuerdo el crujir de la madera cada vez que se recostaba en la mecedora, su mecedora. Ninguno de nosotros se sentaba jamás ahí, respetando en silencio, el espacio y la posición de nuestra matriarca. Solía pasar mucho tiempo sentada, especialmente los días lluviosos, leyendo despacito, como su vista le permitiera. Cuando el resto de la familia nos reuníamos en la sala, ella nos observaba desde esa esquina, controlando que todo marchase bien, regocijándose ante los frutos de años de trabajo, criar cinco hijos y deleitarse con sus muchos nietos.
    A ninguno se nos permitía sentarnos en aquella mecedora, esa su sitio, su trono de madera. Una vez lo intenté, cuando era muy pequeñita, pero mi madre me regañó con fuerza antes de que pudiera asentar mi trasero en el cojín.
    Solía sentarme en el suelo a su lado, cuando aún tenía fuerzas para leerme algún cuento o contarme anécdotas de su juventud. Sus arrugadas manos jugueteaban con mi pelo mientras yo posaba mi cabeza en sus piernas.
    La mecedora fue sólo suya hasta la mañana en la que la encontramos dormida en ella, con el pelo tapándole la cara y el libro caído en el suelo.
    Aún respetamos aquella norma no escrita, comemos y reímos al rededor del asiento, pero nunca nadie se atreve a tocarla.

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